El elefante blanco del que nadie habla: salud mental y suicidios entre programadores

Autor: | Última modificación: 8 de marzo de 2024 | Tiempo de Lectura: 5 minutos
Temas en este post:
Ayer me acosté con la triste e inesperada noticia de la muerte, por suicido, de John McAfee. Si, has leído bien, el creador y fundador del antivirus McAfee, se suicidó en una cárcel de Barcelona. Este es un artículo que llevo mucho tiempo con ganas de escribir y lo estaba reservando para el 2 de octubre, día mundial de la salud mental. No obstante, la noticia del fallecimiento de John, me obliga a adelantarlo.

Las causas ajenas y la caridad que jamás empieza por casa

¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!, porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera lucen hermosos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia. Mateo, 23:27 Desde hace algunos años parece que todo el mundillo de la tecnología, con los ingenieros de las FANG (Facebook, Apple, Netflix & Google) como adalides del movimiento, se lanza en apoyo de las más variopintas causas. Con frecuencia son causas absolutamente ajenas a nosotros y problemas sobre los que desconocemos mucho, cuando no todo. Sin embargo, la arrogancia de la tecno-élite del Silicon Valley ve que nuestra casa está en perfecto orden, todo lo que reluce es oro y tenemos la solución para todos los problemas de la Humanidad. El Silicon Valley sabe lo que es mejor para todo el mundo, más que el mundo en sí, y los demás programadores les seguimos en procesión, tocando el bombo y portando la palangana. Ese frenesí por resolver problemas reales o imaginarios ajenos parece siempre ignorar problemas innegables y mucho más próximos. Vivimos nuestra propia versión de la “Maldición de la Malinche”, canción mejicana de Amparo Ochoa:

Nos siguen llegando rubios Y les abrimos la casa Y les llamamos amigos. Pero si llega cansado Un indio de andar la sierra Lo humillamos y lo vemos Como extraño por su tierra.

Amparo Ochoa

El programador en una tienda de campaña

Aun recuerdo cuando mi mujer y yo visitamos la sede de Evernote, y vimos en medio de una planta donde había hileras e hileras de mesas con desarrolladores. En el centro había una tienda de campaña. Al preguntar por ello, el guía se rió y nos dijo que era un programador que “tenía algo de fobia social”. Todos nos reímos, movimos la cabeza, yo incluido, y pensamos, ‘estos frikis ¡qué raros somos!”.  Nadie le dió más importancia. Si en vez de ser en una empresa de tecnología, eso hubiese ocurrido en un hospital o un banco, ¿pensaríamos lo mismo? ¿Nos preocuparíamos lo que le estaba ocurriendo a esa persona? Hemos trivializado y convertido en chiste la salud mental de nuestros compañeros y las tasas de suicidio (la punta del iceberg) debería hacernos ver la gravedad del problema. Según el CDC, ingenieros y programadores están en la cumbre de las estadísticas del suicidio, solo superados por profesionales médicos. Son muchos los casos de enfermedades mentales graves en nuestro gremio y parecen afectar precisamente a los más brillantes, justo a aquellos que deberíamos de cuidar más. Desde casos siniestros como Hans Reiser, a otros menos graves (porque en vez de matar a un tercero, se mataron a sí mismos): McAffee, Terry Davis, Erik Naggum o el mismísimo Turing (sí, ¡Turing!) y un largo etcétera que no llegaron a nuestros oídos.

John McAfee  2021

El elefante blanco del que nadie habla: salud mental y suicidios entre programadores
Attribution: Gage Skidmore
John es tan solo un ejemplo conocido y reciente. Desde que vendió la empresa, su comportamiento errático se hizo más evidente, con señales claras de paranoia y una necesidad incontrolable de llamar la atención. Sus posts absurdos y a menudo groseros en twitter, sus actividades sospechosas y desmadradas en Belice (que le llevaron a huir del país y luego de EEUU). Sus años en destierro voluntario y paranoico, en medio de una soledad absoluta, tuvieron su fin ayer mismo, en una celda de Barcelona. Todos le vimos como un bufón o en el mejor de los casos como otro programador “rarito”. Nadie vio el peligro que todo esto conllevaba y nadie le dará importancia el día de mañana cuando pase la novedad.

Terry A, Davis 2018

suicidios entre programadores Terry fue uno de los programadores más brillantes de los que he oído hablar. Tras trabajar en varias empresas punteras, lo dejó todo para crear su propio sistema operativo, llamado TempleOS. También creó su propio lenguaje con el fin de crear TempleOS, llamado HolyC. Tarea abrumadora para una sola persona. El objetivo de TempleOS, además de crear un sistema operativo para ordenadores personales totalmente accesible para usuarios nerds, inspirado en el Commodore 64 (cosa que logró de forma brillante), era comunicarse con Dios. Tal cual.
YouTube video
Terry dejó muchísimo contenido online, tanto en Reddit como en Youtube. En él, se mezclan la genialidad con la locura a partes iguales y si logras superar el discurso confuso y los insultos absurdos, logras vislumbrar una mente brillante y atormentada. Una de sus frases, en un crítica a Linux y Linus me quedó grabada:

“Los idiotas admiran la complejidad, los genios  la sencillez”.

Todo TempleOS es un ejercicio brillante de sencillez genial. Terry padecía de esquizofrenia, y en el 2018, a los 48 años, se suicidó lanzándose delante de un tren.  Una vez más, sólo vimos a un bufón y un excéntrico mal educado, hasta que pasó el tren y ya era tarde.

Alan Turing, padre de la computación. 1954

suicidios entre programadores Alan Turing posiblemente sea la persona que más haya contribuido de forma individual a la informática moderna y al fin de la segunda guerra mundial. Se cree que padecía de síndrome de Asperger. Su inadecuación social y comportamiento desconcertante causó hilaridad y rechazo y su homosexualidad aumentó más, si cabe, su ostracismo. Alan Turing se suicidó en 1954, a los 41 años de edad, mediante la ingestión de cianuro.

Erik Naggum, 2009

El elefante blanco del que nadie habla: salud mental y suicidios entre programadores

“La soledad, el hambre, es diciembre, Que entra a grandes zancadas de lobo en su oscuro cuarto: Esos son los espadachines que lo matarán!”

Cyrano de Bergerac – Edmond Rostand

Erik fue el único al que conocí personalmente. A principios de siglo, estaba trabajando con procesadores SGML y bases de datos documentales. Ello me llevó a “chocar” con Erik, tanto en una conferencia como en foros de USENET, especialmente comp.lang.lisp y comp.text.sgml. Erik era sencillamente brillante, y según un antiguo compañero de clase, con 19 años resolvió el problema de las Ocho Reinas en menos de 15 minutos. Yo necesité días y ayuda externa. En persona era tímido y cortés, pero tenía un gran encanto que hacía que todos los frikis le rodeasen en las conferencias de Lisp y SGML. Sin embargo, online se convertía en Mr Hyde: incendiario, suspicaz, ofensivo y misantrópico. Tenía una corte de energúmenos que le reían las gracias y alababan la vida absolutamente anormal y solitaria que llevaba, incentivando lo peor de su personalidad, pero por supuesto sin compartir sus decisiones y forma de vida. Pasados unos años publicó un último post diciendo que se despedía de USENET por recomendación médica, ya que padecía de una enfermedad que le imposibilitaba escribir online. Muchos nos reímos a carcajadas y aquel día tiré cohetes y pasé a creer en el karma. Jamás se me pasó por la cabeza la existencia solitaria y profundamente infeliz de aquel pobre genio, ni que sus exabruptos fuesen una forma inepta de pedir ayuda. Erik murió el 2009, por sobredosis de una medicación para una enfermedad crónica que sufría desde hacía años. Se desangró sólo en la cama, a los 44 años. A menudo me he preguntado si podría haber hecho algo. Lo cierto es que no, éramos muy distantes. Sin embargo, lo relevante, lo trágico, es que nadie hizo nada, ni siquiera los más próximos.

La fábula de la inclusión

La próxima vez que te asalte la preocupación por si los aseos de la empresa son “incluyentes”, mira a tu lado. Mira a ese compañero raro, que se pone los cascos nada más llegar, que nunca habla con nadie, que jamás queda con los compañeros, e inclúyelo a él.  Dale los buenos días aunque no conteste, invítalo a la mesa a la hora de comer, pregúntale como está y escucha su respuesta. Tal vez, de esta vez, aún estemos a tiempo. Mientras tanto, descansa en paz, John.